Miss Dundee et ses chiens savants (1902), Alice Guy
Alice Guy trabajaba como secretaria para Leon Gaumont, empresario de la industria fotográfica francesa y buen amigo de los hermanos Lumière. De este modo tuvo conocimiento temprano del invento del cinematógrafo. Alice, aficionada al teatro, le sugirió que hicieran algunas escenificaciones dramáticas para tener así material que mostrar a sus clientes. Según las memorias de la interesada, el bueno de Gaumont le dio permiso para intentarlo siempre que esto no interfiriera con su trabajo en la oficina. Pero las escenas rodadas por Guy tuvieron tanto éxito que pronto se la eximió del trabajo cotidiano y se le encomendó la labor de rodar las películas de la casa Gaumont. En aquella época en la que no existía apenas división de funciones su cometido incluía las tareas de producción, dirección y pergeñar estas historias de apenas un minuto que con el paso de los años fueron ganando en complejidad.
Los pioneros en general se dedicaban a dejarse influenciar por sus coetáneos cuando no al plagio directo. Si una película atraía al público se hacía otra idéntica. Tanto más si mediaba el Canal de la Mancha. Y así, los hallazgos de los primitivos británicos se recreaban en la dulce Francia sin el más mínimo rubor. En su defensa hay que decir que en todas partes cuecen habas y que la práctica contraria estaba también a la orden del día. Incluso en la propia Francia los préstamos eran moneda corriente y la competencia entre la todopoderosa Pathé y la más modesta Gaumont se basaba habitualmente en esta suerte de espionaje industrial. Por supuesto, las exitosas películas de Méliès eran fusiladas en cuanto se consiguía desentrañar cuál era su secreto.
Al modo de los Lumière vistas y viñetas cómicas fueron las primeras imágenes en movimiento. La plasmación de números de variedades ya estaba probada por Edison. La ampliación de registros a las fantasías feéricas y las escenas de transformaciones no son patrimonio exclusivo de Méliès y la propia señorita Guy practicó la escenificación de cuentos de hadas -con una duración aproxiamda de un minuto, como era entonces preceptivo- en sus primeras incursiones cinematográficas.
En Chez le magnetiseur (1898) el mesmerismo es sólo una excusa. El hipnotizador hace caer en trance a una dama -en realidad un bigardo con ropa femenina- y hace volar su ropa. Luego repite la acción ante un granadero y, lanzándole las ropas de la dama, humilla al militar que se encuentra inesperadamente travestido.
En el mismo decorado, con el mismo actor –y probablemente realizada el mismo día que la anterior– Scène d'escamotage (1898) entra a saco en la iconografía mélièsiana. Un mago y su asistente colocan un cajón en el centro del escenario sobre el que se tumba una mujer. Un instante tras el paño mágico y la bella se transforma en un orangután... o en un hombre con un traje de simio, si prefieren ustedes la versión prosaica. Desaparece el simio y el mago hace aparecer y desaparecer a la mujer un par de veces más. Ya está. La película carece, desde luego, de la precisión y el ritmo que Méliès imprime a sus escenas pero es un buen ejemplo de hasta que punto su influencia se dejaba sentir en todos los ámbitos de la creación cinematográfica.
Los números de variedades de Alice Guy
Entre otras actuaciones de las que la cámara de Alice Guy dio fe cinematográfica hay danzas serpentinas al estilo de Loie-Fuller, un cake-walk interpretado por una pareja luego incrementada por un grupo de coristas, o las típicas adaptaciones literarias –en este caso Faust et Méphistophélès– que dan lugar a una película de transformaciones. No hemos podido ver una cinta de 50 metros -dos minutos y medio- titulada Les Malabares, acrobats (1902), rodada durante una exhibición de unos habitantes de esta región asiática en el Jardín Botánico de París.
Rodó también un número con un perro amaestrado con el título atribuido –y ciento por ciento descriptivo– de Clown, chien, ballon (1905), en el que un perro futbolista que juega con un payaso a lanzarse una pelota ligera sin que nunca llegue a tocar el suelo: un número de destreza por parte del hombre y de su mejor amigo que no tiene fin ni construcción dramática.
Miss Dundee et ses chiens savants (1902) es también la escenificación de un número de variedades en el que la tal Miss Dundee realiza una exhibición de las habilidades de una docena de perrillos de todas las razas. Saltos, gymkanas y otras suertes que culminan con la aparente muerte de uno vestido de levita. Miss Dundee lo coloca sobre un escabel. Una perrita vestida de viuda acude a llorar junto a él y, por mucho que Miss Dundee se empeñe en retirarla de allí, ella regresa una y otra vez erguida sobre sus patas traseras a llorar a su amado.
Los estudios cinematográfico-feministas muestran más interés en subrayar que la amaestradora es mujer y su ayudante un hombre que en desentrañar la identidad de la interfecta.
Miss Dundee et ses chiens savants (1902)
Producción: Gaumont (FR)
Dirección: Alice Guy.
Intérpretes: Miss Dundee y sus perritos sabios.
2 comentarios:
...la perra viuda me ha dejado boquiabierto... ¡cuánto se echan de menos estas cosas!
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