“Ayudaba a la ilusión en París –supongo que aquí harán otro tanto-, la instalación de la compañía en tiendas o chozas imitadas a las auténticas, en las cuales viven en encantadora promiscuidad civilizadores y civilizados, rendidos los odios comunes ante el cebo del también común negocio”.
Juan Sardá, en la crónica para “La Vanguardia”
del espectáculo parisino de Buffalo Bill
Buffalo Bill estuvo en Barcelona en las Navidades de 1889. El espectáculo se programa durante cinco semanas improrrogables. La entrada general cuesta una peseta y los asientos, según proximidad a la pista, desde 5,10 hasta 2,10. No es un precio barato porque la entrada para el Liceo cuesta una peseta y las representaciones de la zarzuela de gran espectáculo “Los sobrinos del capitán Grant” en el Tívoli, son dos reales. La troupe se instala en un solar en la confluencia de las calles Roselló y Aribau, con entrada por Muntaner.“Auténticas serían también las danzas y simulacros de costumbres que representaban y representarán aquí probablemente, aquellos apreciables pieles rojas, y de su autenticidad respondía lo monótono y tonto, aunque singular y característico, de la pantomima. Pero en cambio, la parte que cabe llamar ecuestre y bélica no sólo era singular y característica sino animada y vibrante como pocos espectáculos”.
Y es que el espectáculo ecuestre se llevaba la parte del león. En la época previa a la invención del cinematógrafo y, por tanto, del genero cowboyeril –recordemos que el catalogado como primer western es The Great Train Robbery (Asalto y robo de un tren, 1903), producido por Edison y dirigido por Edwin S. Porter– ver a los indios cabalgando a pelo sobre sus mustangs, ejecutando toda clase de acrobacias, al tiempo que disparaban y aullaban debía ser un exhibición francamente inusitada. Se trataba de un centenar de indígenas norteamericanos de diversas tribus. Entre ellos, una treintena de arapahoes con su jefe “Black Heart” a la cabeza. También había un hechicero de la tribu de los sioux y un grupo de indios Cheyenne capitaneados por el jefe “Eagle Horn”. Al mando del grupo de los cowboys que se enfrentan a ellos, Buck Taylor, que encarnaba al General Custer. Destacaba por su estatura –mínima– Bennie Irving, presentado como “el cowboy más pequeño del salvaje Oeste”. Estas exhibiciones tenían lugar durante la parada inicial y también en el marco de pequeños cuadros dramáticos, como el asalto a la diligencia de Deadwood, el ataque a la cabaña de unos pioneros o la caza de un bisonte. Las otras atracciones incluyen un rodeo, doma de potros, exhibiciones de lazo y látigo y, por último, las de puntería. En esta especialidad destacaban Annie Oakley y el propio coronel Cody. Un jinete al galope iba lanzando patatas al aire y Buffalo Bill, también a caballo, las hacía estallar en el aire.
“Termina el espectáculo con el desfile desordenado de todos los indios, vaqueros y mejicanos. Formando tres círculos concéntricos, corren los jinetes en opuestas direccionas con rapidez vertiginosa, lanzando aullidos salvajes. Es de ver flotando al aire las plumas y las cabelleras de los indios, entremezclándose los brillantes colores de los tragas, a los pálidos rayos del sol muriente. Parece imposible que no haya la más leve confusión, que puedan dar vueltas con la seguridad de una rueda sin qua uno interrumpa un solo instante el paso del otro. Por fin, en informe pelotón regresan a las cuadras, sobresaliendo entre todos la varonil y gallarda figura de Buffalo Bill”.
El espectáculo despertó sin duda la curiosidad de los barceloneses que, en el día inaugural, se acercaron en número cercano a los siete mil al hipódromo instalado en las proximidades del Paseo de Gracia. Sobre esta visita han corrido cientos de leyendas. Una de ellas, que el Abuelito (http://eldesvandelabuelito.blogspot.com/) se encargó de recordarnos, que varios sioux murieron de viruela durante la estadía y estarían enterrados un cementerio barcelonés en lugar de corretear por las verdes praderas de Manitú. O que el jefe de pista, el coronel Frank Richmond, fallecido también en la ciudad condal fue embalsamado y facturado hacia Estados Unidos. O que los temibles pieles rojas secuestraban a los niños para beberse su sangre. Jordi Solé las ha utilizado como materia novelable en "Barcelona Far West", de reciente edición. Tuvo la cosa –estamos en España– su parte chusca. El diario “El Diluvio” publicaba el 28 de diciembre una inocentada en la que informaba que no menos de la quinta parte del total recaudado en las dos primeras funciones se había pagado con monedas y billetes falsos: "Se conoce que la gente maleante aprovechó la ocasión de tratar con indios para engañarles como a chinos". De esta falsa noticia se hicieron eco otros periódicos por lo que el asunto fue publicado y desmentido en varias ocasiones, lo que hizo que aún se dé por cierto.
1 comentario:
...un placer!!!
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