22 de febrero de 2011

Cuando el Salvaje Oeste se instaló en el Paseo de Gracia

“Ayudaba a la ilusión en París –supongo que aquí harán otro tanto-, la instalación de la compañía en tiendas o chozas imitadas a las auténticas, en las cuales viven en encantadora promiscuidad civilizadores y civilizados, rendidos los odios comunes ante el cebo del también común negocio”.

Juan Sardá, en la crónica para “La Vanguardia”

del espectáculo parisino de Buffalo Bill

Buffalo Bill estuvo en Barcelona en las Navidades de 1889. El espectáculo se programa durante cinco semanas improrrogables. La entrada general cuesta una peseta y los asientos, según proximidad a la pista, desde 5,10 hasta 2,10. No es un precio barato porque la entrada para el Liceo cuesta una peseta y las representaciones de la zarzuela de gran espectáculo “Los sobrinos del capitán Grant” en el Tívoli, son dos reales. La troupe se instala en un solar en la confluencia de las calles Roselló y Aribau, con entrada por Muntaner.

La Gran Exhibición Norteamericana de las animadas escenas y costumbres de la vida de los indios fronterizos 
El espectáculo procede de la Gran Exposición Universal de 1899, en París. La visita al Viejo Continente tiene fines exclusivamente comerciales pero es conveniente teñirlos con una pátina antropológico-folklórica que inspira el subtítulo con el que se presenta el Salvaje Oeste de Buffalo Bill: “Gran Exhibición Norteamericana de las animadas escenas y costumbres de la vida de los indios fronterizos”. Compiten de este modo con el otro gran éxito de la exposición –Torre Eiffel, aparte–, el “village nègre”, una especie de zoológico humano que permite a los visitantes asistir al extraño desenvolvimiento cotidiano de 400 indígenas no sabemos si africanos o australianos a los que se presume caníbales y otras lindezas.

Este colonialismo vergonzante es clave en el enfoque promocional del espectáculo. Un corresponsal de “La Vanguardia” asiste a uno de los pases parisinos y avanza a los espectadores barceloneses el 15 de diciembre de 1899 lo que se van a encontrar. Vaya por delante un ejemplo para que se hagan ustedes a la idea de la distancia irónica con que los europeos reciben el espectáculo:

“Auténticas serían también las danzas y simulacros de costumbres que representaban y representarán aquí probablemente, aquellos apreciables pieles rojas, y de su autenticidad respondía lo monótono y tonto, aunque singular y característico, de la pantomima. Pero en cambio, la parte que cabe llamar ecuestre y bélica no sólo era singular y característica sino animada y vibrante como pocos espectáculos”.

Y es que el espectáculo ecuestre se llevaba la parte del león. En la época previa a la invención del cinematógrafo y, por tanto, del genero cowboyeril –recordemos que el catalogado como primer western es The Great Train Robbery (Asalto y robo de un tren, 1903), producido por Edison y dirigido por Edwin S. Porter– ver a los indios cabalgando a pelo sobre sus mustangs, ejecutando toda clase de acrobacias, al tiempo que disparaban y aullaban debía ser un exhibición francamente inusitada. Se trataba de un centenar de indígenas norteamericanos de diversas tribus. Entre ellos, una treintena de arapahoes con su jefe “Black Heart” a la cabeza. También había un hechicero de la tribu de los sioux y un grupo de indios Cheyenne capitaneados por el jefe “Eagle Horn”.

Al mando del grupo de los cowboys que se enfrentan a ellos, Buck Taylor, que encarnaba al General Custer. Destacaba por su estatura –mínima– Bennie Irving, presentado como “el cowboy más pequeño del salvaje Oeste”. Estas exhibiciones tenían lugar durante la parada inicial y también en el marco de pequeños cuadros dramáticos, como el asalto a la diligencia de Deadwood, el ataque a la cabaña de unos pioneros o la caza de un bisonte. Las otras atracciones incluyen un rodeo, doma de potros, exhibiciones de lazo y látigo y, por último, las de puntería. En esta especialidad destacaban Annie Oakley y el propio coronel Cody. Un jinete al galope iba lanzando patatas al aire y Buffalo Bill, también a caballo, las hacía estallar en el aire.

“Termina el espectáculo con el desfile desordenado de todos los indios, vaqueros y mejicanos. Formando tres círculos concéntricos, corren los jinetes en opuestas direccionas con rapidez vertiginosa, lanzando aullidos salvajes. Es de ver flotando al aire las plumas y las cabelleras de los indios, entremezclándose los brillantes colores de los tragas, a los pálidos rayos del sol muriente. Parece imposible que no haya la más leve confusión, que puedan dar vueltas con la seguridad de una rueda sin qua uno interrumpa un solo instante el paso del otro. Por fin, en informe pelotón regresan a las cuadras, sobresaliendo entre todos la varonil y gallarda figura de Buffalo Bill”.

El espectáculo despertó sin duda la curiosidad de los barceloneses que, en el día inaugural, se acercaron en número cercano a los siete mil al hipódromo instalado en las proximidades del Paseo de Gracia. Sobre esta visita han corrido cientos de leyendas. Una de ellas, que el Abuelito (http://eldesvandelabuelito.blogspot.com/) se encargó de recordarnos, que varios sioux murieron de viruela durante la estadía y estarían enterrados un cementerio barcelonés en lugar de corretear por las verdes praderas de Manitú. O que el jefe de pista, el coronel Frank Richmond, fallecido también en la ciudad condal fue embalsamado y facturado hacia Estados Unidos. O que los temibles pieles rojas secuestraban a los niños para beberse su sangre.

Jordi Solé las ha utilizado como materia novelable en "Barcelona Far West", de reciente edición. Tuvo la cosa –estamos en España– su parte chusca. El diario “El Diluvio” publicaba el 28 de diciembre una inocentada en la que informaba que no menos de la quinta parte del total recaudado en las dos primeras funciones se había pagado con monedas y billetes falsos: "Se conoce que la gente maleante aprovechó la ocasión de tratar con indios para engañarles como a chinos". De esta falsa noticia se hicieron eco otros periódicos por lo que el asunto fue publicado y desmentido en varias ocasiones, lo que hizo que aún se dé por cierto. 

Colofón 
La verdad es que negocio hubo, pero no el esperado. A causa de la gripe, porque varias funciones debieron de suspenderse por la lluvia… Para rematar la broma, el Circo Ecuestre barcelonés preparó con urgencia una parodia del espectáculo vaquero y lo estrenó el día 28 de diciembre. Todo el elenco del Ecuestre, capitaneado por Henry Cotterly y el Sr. Alegría, participaba en la parodia indiana que tuvo un éxito enorme. Cuenta Jordi Marill Escudé (Aquell Hivern…, 1999) que Red Shirt acudió a ver el espectáculo del Circo Ecuestre y que se partía de risa. El espectáculo se mantuvo en cartel hasta el día 19 de enero. El de Buffalo Bill anunció su despedida para el día 20 de enero de 1890. Desde Barcelona las huestes del Salvaje Oeste partieron hacia Italia. En Roma actuaron ante el Papa León XIII. En Florencia, Bolonia, Verona, Viena contrataron estancias de aproximadamente una semana antes de emprender viaje a Alemania, donde remodeló todo el espectáculo incluyendo también jinetes asiáticos.

1 comentario:

El Abuelito dijo...

...un placer!!!