20 de marzo de 2012

Los muñecos animados de madame Mandilip


The Devil-Doll (Muñecos infernales, 1936), Tod Browning  

The Devil-Doll se estrenó en Barcelona en septiembre de 1937, en plena Guerra Civil y con las salas gestionadas por el Sindicato de Espectáculos. Hemos encontrado una recensión de urgencia en “La Vanguardia” que no le hacía demasiados ascos para los tiempos que corrían: “Como en todos los films de este género —escribe el cronista anónimo—, la acción adquiere a veces un dramatismo hondo, y otras, el miedo es el protagonista principal. Hay una trama amorosa que termina con la unión feliz de una joven pareja y... colorín colorado”. Crónica de urgencia que focaliza en lo más anecdótico de la trama, dejando de lado las mil sugerencias de esta cinta admirable.


¡Todo parece tan pequeño desde lo alto de la Torre Eiffel!  
Tomemos una escena del “colorín-colorado”. Lorraine Lavond (Maureen O’Sullivan, la compañera de Tarzán) y su novio Toto (Frank Lawton) suben al último piso de la torre Eiffel. Lorraine no puede corresponder al amor de Toto pues sobre su apellido pesa la culpa del crimen que supuestamente cometió su padre y el suicidio de su madre. Toto replica que por eso le gusta tanto subir allí: “Desde aquí todo parece tan pequeño y sin importancia”.



Un inserto de apenas un par de segundos, sin ningún subrayado, muestra a la gente caminando desde la altura, como muñecos diminutos movidos por resortes. Metáfora diáfana del revés de un tema cuyo envés es la utilización de las voluntades por alguien con un poder superior, alguien que parece tener el control sobre la vida y la muerte. La historia bebe de Das Kabinett des Doktor Caligari (El gabinete del doctor Caligari, 1920) y de Der Golem (El golem, 1920).

La venganza de Paul Lavond
The Devil-Doll arranca con una atmosférica persecución por la selva repentinamente truncada por un plano americano en el que los evadidos dan las razones de su fuga. Marcel (Henry B. Walthall), un científico demente, pretende ayudar a la Humanidad con sus experimentos. Paul Lavond (Lionel Barrymore), un banquero traicionado por sus socios, sólo desea “ayudar a tres hombres a morir”.


  
Ambos se refugian en casa del científico y culminan con éxito el experimento que permite miniaturizar a los seres humanos y, de paso, ahorrar en comida. Un fallo en el experimento va a servir a Lavond para fraguar su venganza: la reducción del cerebro, implica la pérdida de voluntad. Los seres miniaturizados carecen de voluntad propia. Es su amo quién les empuja a realizar cualquier acción gracias a un poder inexplicado de carácter telepático.


El científico fallece pero Malita (Rafaela Ottiano), su mujer, decide continuar con los experimentos con la ayuda de Lavond. Malita, con su muleta y su joroba, es una contrafigura femenina de los personajes interpretados por Lon Chaney. Como, en otro aspecto, lo es Barrymore, cuyo travestismo en madame Mandilip, una vieja propietaria de una juguetería parisina que servirá de tapadera a sus planes criminales, no deja de ser una nueva edición del personaje de Chaney en The Unholy Three.

Muchas de las situaciones del segundo acto, como el juego entre la tienda —lo público— y la trastienda —donde se fraguan los crímenes—; la visita de la policía y el suspense con el botín del robo escondido en un juguete, el contraste entre la voz masculina y el disfraz femenino… proceden también de The Unholy Three.


La venganza de Lavond, gracias a la reducción de uno de sus socios y a la catalepsia inducida en los otros dos, es sólo una de las tramas, que alterna con la de la investigación policial y el afán del exbanquero por redimirse a los ojos de su hija. Es esta situación la que sirve de anagnórisis aristotélica en la escena final, de nuevo en la Torre Eiffel.

La ambientación parisina nos permite asistir, de paso, a una de esas representaciones de dominio del macho conocidas como “danza apache” de la que ya hemos hablado en más de una ocasión, con la particularidad de que aquí son dos muñecos bailando al ritmo de una caja de música.



Técnicamente estas escenas están resueltas mediante una doble exposición y una incrustación de imagen —el procedimiento denominado “travelling matte”— y hoy en día no resultan del todo convincentes, aunque no carecen de encanto. En cambio, el robo en casa de Colulvert, resuelto mediante la construcción de decorados a gran escala, aúnan excelencia y sugestión.

Eric y Tod
La cartela en la que se da la filiación literaria del material es un auténtico galimatías. El material de partida es la novela “!Arde, bruja, arde!”, de Abraham Merritt, un relato que mezcla brujería, gangsterismo, una investigación policial y alusiones míticas. ¿No modeló con barro acaso Jehová al primer ser humano? Browning realiza una adaptación con el título de “The Witch of Timbuktu”, en el que la miniaturización de seres humanos tenía que ver con el vudú y con las fórmulas empleadas por los jíbaros para reducir cabezas al tamaño de una nuez. La censura —plenamente vigente ya el código Hays— consideró improcedente toda la trama sobrenatural y sugirió la desaparición de los personajes de raza negra. Sin desmerecer el trabajo de Garrett Fort —que había trabajado con Browning en Dracula (1930)— y Guy Endore —colaborador en el guión de en Mark of the Vampire (1935)—, nos llama poderosamente la atención de Eric von Stroheim entre los libretistas de la película.



Stroheim se incorporó al proyecto como un empleado más de la M-G-M. Su fin era puramente alimenticio. Olvidado como director, sobrevivía interpretando a profesores locos y asesinos dementes en una serie de películas cuyo escalón más bajo, según su propia confesión, habría sido The Crime of Doctor Crespi (1935), para la Republic. Le humillaba regresar a un estudio en el que había estado cobrando tres mil dólares semanales, por un salario de ciento cincuenta, pero no podía decir que no.

En la completa biografía de Richard Kozarski se especifican los proyectos en los que participó durante esta etapa. Según el biógrafo la especialidad del divino calvo habría sido incluir detalles morbosos –y. más específicamente, veladas alusiones sexuales– en guiones ya acabados. Para William K. Everson su presencia se deja sentir en la ambientación navideña en casa de los Coulvet (Robert Greig) y de Monsieur Matin (Pedro de Córdoba).

Nos parece más oportuno anotar en este campo el cambio que parece operarse en Lachna (Grace Ford), la criada que Malita ha contratado por su cretinismo. Una vez miniaturizada se convierte en una “muñeca” atractiva que, si bien carece de voluntad, no parece, a juzgar por sus mohines al despertar de la anestesia, que esté falta de capacidad para gozar.


The Devil-Doll
(Muñecos infernales, 1936)
Producción: Mewtro-Goldwyn-Mayer (EEUU)
Director: Tod Browning.
Guión: Garrett Fort, Guy Endore y Eric von Stroheim, a partir de un argumento de Tod Browning, basado en la novella “Burn Witch, Burn!”, de Abraham Merritt.
Intérpretes: Lionel Barrymore (Paul Lavond / Madame Mandilip), Maureen O'Sullivan (Lorraine Lavond), Frank Lawton (Toto), Rafaela Ottiano (Malita), Henry B. Walthall (Marcel), Lucy Beaumont (Madame Lavond), Grace Ford (Lachna), Pedro de Cordoba (Charles Matin), Arthur Hohl (Victor Radin), Robert Greig (Emil Coulvet), Claire Du Brey (Madame Coulvet), Juanita Quigley (Marguerite Coulvet), Rollo Lloyd (Maurice), E. Alyn Warren (comisario de policía), Gus Leonard (el ascensorista de la Torre Eiffel), Jean Alden y Paul Foltz (bailarines apaches).
78 min. Blanco y negro.

3 comentarios:

angeluco10 dijo...

Según leía esta reseña me acordaba de ese libro de Abraham Merrit para resultar,después,que efectivamente,que la película estaba basada en él.
Me gustaron los dos libros tanto "Arde,bruja,arde" como "Arrástrate,sombra,arrástrate".

Sr. Feliú dijo...

Gracias por sus recomendaciones literarias, don angeluco.

La película es una auténtica delicia de otoño.

Anónimo dijo...

si, ya leí ese libro de "burn, witch, burn", muy bueno la verdad, lo leí en una noche XD...